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I+D+inteligencia = innovación

19 de Septiembre de 2019
I+D+inteligencia = innovación
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Recientemente tuve el honor de participar en el encuentro anual de la Industria Digital que organiza AMETIC en el marco de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. En mi ponencia, pasé revista a las novedades sobre la evolución de la innovación a nivel global.

España sigue perdiendo posiciones en todos los ránkings. No hay manera de que el discurso de la innovación sea tomado en serio por nuestros políticos, elevado a un nivel estratégico y dotado de recursos. Me planteaba si el problema era de comprensión.

A estas alturas es evidente según todos los indicios en la ciencia económica, que el crecimiento y la prosperidad de un país están vinculados a su capacidad innovadora. También, que los fundamentos del estado del bienestar dependen de ello. Sin embargo, seguimos sin entender qué es la innovación.

Empleé una matriz que usualmente utilizo en clase para explicarlo: la matriz riesgo-retorno. Riesgo y retorno son dos caras de la misma moneda. Solo nos arriesgamos a algo si merece la pena. Y viceversa. Así que, en términos económicos, existen 4 cuadrantes con 4 tipos de “innovación” según si nos arriesgamos o no, y si esperamos retornos o no:

Bajo riesgo - Bajo retorno. Es la zona de mejora continua. La “innovación roja” de los océanos saturados de la sangre de los competidores. Aquí, las empresas han aprendido a operar bien. Mejoran sus eficiencias o adaptan sus procesos y sus productos a los deseos del cliente, con movimientos incrementales, de bajo riesgo. Y esperan simplemente mantener su núcleo de negocio. Los japoneses, durante mucho tiempo, fueron maestros en este tipo de innovación incremental. Lo llamaron Kaizen (“mejora por el cambio”). No desarrollaban tecnología propia, pero llevaban la tecnología preexistente al límite de la eficiencia.

Bajo riesgo - Alto retorno. Es la zona de “innovación dorada”, de oro. La innovación startup. Rápidas ganancias (a menudo, simplemente financieras), con modelos de negocio usualmente sencillos. Compartir vehículos. Comparar precios de viajes. Distribuir paquetes en bicicleta. Pizzas a domicilio. Habitaciones de hoteles alquiladas por horas. Intercambiar productos de segunda mano. Buscar ofertas en retailing. Colgar fotos en una plataforma… Allá donde haya una necesidad humana simple, ponga una plataforma digital. En España florecen los clústeres de startups, y nos enorgullecemos de ello. Pero generalmente no son deep tech, tienen modelos de negocio sencillos y, aunque atraen chorros de capital riesgo, no desearía que mis hijos trabajaran en muchas de ellas.

Alto riesgo - Bajo retorno. Es una zona teóricamente irracional: ¿quién demonios realizaría proyectos de alta complejidad, coste y riesgo sin esperar nada a cambio? Es la innovación de universidades y centros de investigación no orientados. Innovación “blanca”, de pureza (no “contaminada” por intereses mercantiles). España tampoco anda mal de esta “innovación” (que realmente, no es innovación, es solo ciencia). Es una actividad altruista, destinada a impulsar la frontera del conocimiento, a publicar al máximo nivel científico sin esperar aplicaciones inmediatas. Se trata de progresar en las carreras académicas, que no suelen tener interés en las aplicaciones prácticas. Innovación propia de un país sin prioridades estratégicas, que ha dominado tradicionalmente el discurso en España. Los ministerios suelen confundir política científica con innovación.

Alto riesgo - Alto retorno. Es la zona de disrupción. La zona de proyectos de alta complejidad y coste, que esperan altos retornos a través de la generación de nuevas ventajas competitivas tecnológicas, con la creación de importantes barreras de entrada a la competencia. Es la zona de la “innovación azul”, de creación de océanos azules (nuevos mercados libres de la competencia). Es la zona de la industria tecnológica de verdad, y de los proyectos de cooperación público-privados (muchas empresas no serán capaces de abordar solas este tipo de proyectos). Es la zona de los centros tecnológicos, de los proyectos tractores, de los grandes retos socioeconómicos y de las misiones orientadas a solventar problemas complejos mediante nuevo conocimiento relevante y útil.

En España hay que desarrollar especialmente la innovación “azul”, en consorcios con la industria, a través de proyectos de alta complejidad que persiguen solventar retos de interés práctico para la prosperidad de un país (aplicaciones de la inteligencia artificial, nuevas gamas de materiales, cambio climático, regeneración de órganos, supercomputadores de última generación…). Los recursos públicos destinados a esta zona gozan del efecto multiplicador de la industria. Y no podemos permitir que la opinión pública crea que con innovación roja (mejora continua), innovación dorada (modelos de negocio de alto crecimiento) o innovación blanca (ciencia) tenemos suficiente para crear un país próspero. Somos buenos en todos los tipos de innovación excepto en la verdaderamente estratégica, aquella que crea océanos azules económicos y resuelve grandes problemas humanos.

Y todo ello me trae a discutir el (erróneo) término de I+D+i. Un término al cual le tengo especial aversión, por varios motivos:

  • La primera “I” se suele poner en mayúscula, mientras que la segunda “i” suele ir en minúscula. ¿Estamos proyectando subliminalmente que la “Investigación” tiene un nivel conceptualmente superior a la “innovación”? ¿Estamos diciendo que la innovación “blanca” es moralmente superior a la “azul”? ¡Elevemos la “i” al máximo nivel estratégico, como mínimo al mismo nivel moral que la investigación!
  • ¿Qué significa la suma? ¿Estamos proyectando un modelo lineal, obsoleto, de la innovación que empieza con la investigación? ¿Estamos diciendo que si invertimos en investigación -por defecto, en universidades y centros de investigación no orientada-, como el agua de la lluvia en la montaña, de forma natural llegaremos al océano azul de la innovación? Hoy sabemos que eso no pasa: la innovación no es un proceso lineal, sino un proceso social e interactivo mucho más complejo.
  • ¿Qué significa la ecuación? ¿I+D+i igual a qué? ¿Estamos mezclando inputs de esfuerzo (I+D) con outputs económicos (innovación)?
  • ¿Es el término “I+D+i” un estándar internacional? No, no nos engañemos. Cuando nos comparamos con otros países, hay que medir los esfuerzos en I+D, y hay que medir también los indicadores internacionales de innovación (productividad, peso de los sectores de alta tecnología, publicaciones científicas, patentes por millón de habitantes…). El término “I+D+i” no tiene sentido.

“I+D+i” resume en un solo concepto todos los errores históricos y las percepciones equivocadas de la innovación en España. Ni la investigación básica es más importante, ni todo parte de ella, ni el proceso es lineal, ni “I+D+i” es una terminología válida internacionalmente. Propongo una nueva terminología, con un par de ecuaciones:

I+D+I(Inteligencia) = Innovación. La Innovación es el producto de la I+D inteligente. La I+D orientada, la I+D útil, que busca solucionar problemas socioeconómicos, la I+D que se complementa con dosis de estrategia, organización y márketing persiguiendo resultados concretos. La I+D que tiene retornos que permiten financiar nuevas oleadas de I+D, en un círculo virtuoso.

Si hacemos I+D inteligente, a nivel de organización y de país, entonces, según toda evidencia económica, conseguiremos la prosperidad que tanto deseamos. La última y definitiva ecuación que debemos incrustar en la mente de la sociedad civil y de nuestros gobernantes es:

I+D+I (Inteligencia) = Innovación = Prosperidad

Xavier Ferràs Hernández

SOBRE EL AUTOR

Xavier Ferràs Hernández

Profesor del Departamento de Dirección de Operaciones, Innovación y Data Sciences de ESADE. Administración de Empresas (PhD) por la UB (2009). MBA por ESADE (2002). Ingeniero Superior Telecomunicaciones por la UPC (1993).
Autor:Xavier Ferràs Hernández
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